De Cristal

De cristal - imagen reducidaAníbal alzó la copa y la adelantó apenas, en ademán de brindis. Ambos bebieron un sorbo escaso, profundo. Luego se incorporaron del sofá con lentitud, como si obedecieran a un rito conocido, cada paso en su precisa medida. El departamento seguía en penumbras, ellos en silencio. En el otro extremo, la barra que él había instalado cerca de la ventana, unas cuantas botellas y su reflejo sobre la superficie espejada. Bebieron. El aroma del vino inundó sus cuerpos. Desde ese décimo piso, a través del ventanal, la ciudad no era testigo de nada, un espejismo centelleante y lejano. Otra vez frente a frente, sentados en los bancos altos que ella había elegido para él, acodados sobre la barra de madera lustrada de la sala, comenzaba la ceremonia que cada año era igual, diferente, reveladora. Un aniversario más, otra ocasión para abrir los sentimientos. El momento de la sinceridad total. Con palabras que eran pequeños descubrimientos y silencios como grandes historias dentro de su historia misma, la de los dos. Tanto se conocían, casi treinta años de caminar juntos. Cómo imaginar que ella iba a dejarte en tan poco tiempo, Aníbal, unos días apenas, unas horas. Cómo no lo presentiste. Su salud quebrantada, su espíritu de lucha que no permitía intuir flaquezas. El hombre se alisó los cabellos de la sien con su mano izquierda, como si le faltara valor para continuar. Las canas cedieron a la presión de sus dedos y luego volvieron a un cierto estado de equilibrio. Tengo que confesarte algo, dijo entonces con gravedad. Cómo imaginar que ella se iría en poco tiempo, que el quebranto que la consumía la iba a arrancar de su lado. Tengo que confesarte algo, repitió y la miró a los ojos.

Juan, otra vez no, Juan, se angustió la mujer con la voz quebrada por la decepción. El cuarto había permanecido a oscuras. Los reflejos del exterior dejaban ver cotidianos espectros, la cama matrimonial en un rincón, una mesa al centro, cuatro sillas y el pequeño aparador con cajones inferiores y una portezuela de vidrio que parecía encerrar algunos vasos. La puerta se abre con un chirrido y Juan tropieza con un borde saliente, una baldosa que hace tiempo espera reparación. De inmediato recupera la vertical, se inclina a su izquierda y enciende la luz. Entonces queda de cara a la mujer que lo espera, los brazos acodados en el mantel de hule. Sobre la mesa un plato cubre otro plato para conservar el calor de la cena del hombre. Otra vez no, por favor. Juan dio dos pasos más y se detuvo. Se sentó en silencio, descubrió el recipiente y tomó una cucharada. Está frío, dijo, con la cabeza aún baja. Sus ojos no querían encontrarse con los de Zoila. Otra vez no, Juan, ya basta, no podemos seguir así. Cómo no va a estar frío, a la hora que llegas y en qué estado. Dos años, dos años juntos. Ya no soporto más. Levantó la voz para agregar: soy tu mujer, Juan, tu mujer, mírame por favor. Por primera vez Juan giró la cabeza hacia la puerta y lo vio. Sobre la pared, junto a la entrada. Un rectángulo brillante casi de su altura, un espejo que ahora los mostraba a los dos de cuerpo entero.

Tengo que confesarte algo, dije. Yo sabía que éste era el momento indicado, que ella comprendería como siempre lo hizo, aún con dolor o con resignación pero siempre con confianza plena en esta unión, nuestra unión, que no iba a terminarse así como así. La miré a los ojos y entonces vi sus pestañas casi unidas en una mirada horizontal, la misma que interrogaba o acariciaba con una calidez muy suya. De todas formas, no era tan grave. Sólo necesitaba empezar, una primera palabra, luego las demás, aclararía todo para dejarla más tranquila. Cómo no haber sabido que era nuestra última vez, que ya no le quedaría vida para darme, para compartir conmigo. Dejé la copa a un lado y comencé a hablar, pero por algún motivo no pude decirlo. Esta vez no pude. Tengo que confesarte algo, repetí. Todavía te amo, como entonces, como siempre.

Se escucha un murmullo lejano, un trueno blando se acerca de a poco a la pareja mientras Juan increpa ahora a su mujer, en esto estás gastando el pobre dinero que ganamos, a quién se le ocurre, no ves que no tienes criterio. Es sólo un espejo, Juan, un espejo, nos hacía falta. Lo que nos hace falta es que acabes con tus tonterías, trabajo como un burro y tengo que aguantar tus reproches, tu resentimiento. El ruido se escucha ahora más cerca, algo más que un conflicto se mueve en el cuarto. Nos hacía falta, Juan, ahora más que nunca. Mírate, mírate en él, mira en qué nos estamos transformando. Una lágrima rueda por su mejilla cuando al fin dice Juan, tú me querías como a nada en el mundo y yo aún te quiero. Temblor, grita una voz en la calle. Temblor, el eco repite por los pasillos de la casa, la palabra temible que nadie quiere escuchar. Por los corredores la gente escapa alocada, ahora el ruido es ensordecedor, el cuarto se balancea, las persianas se agitan.

El hombre se sienta, más solo que nunca, en uno de los bancos altos que tanto le gustaran cuando su mujer aún vivía. Recuerda la última vez, los dos solos, frente a frente. Un nuevo aniversario, ahora en soledad. Un año desde aquella vez, un año sin ella. Esta vez sí comienza a confesarse, aquélla vez, ¿recuerdas?, es verdad, sé que lo presentiste, es verdad, estuve con ella. Siempre te quedó la duda y nunca fui capaz de enfrentar el problema. No me sentía culpable, no, no tengo nada de qué arrepentirme. Pero nunca quise tocar el tema, no pensé que pudieras creerme. Sabes que fue un romance del pasado, que ya nunca hubo nada entre nosotros. Sólo hablamos, le conté de ti, de nuestra vida juntos. Eso fue todo, amor. Todo. Toma un breve sorbo del rojo líquido, igual que entonces, y cree ver una mirada horizontal que ya no interroga: acaricia, comprende. Era una deuda que debía pagar. Cómo saber que ella lo iba a dejar tan pronto, antes de tener el coraje de decirlo todo.

Algunos gritan desencajados, una niña llora, llama a su madre, se empujan y tropiezan, huyen quién sabe hacia adónde, no hay donde escapar. Juan y Zoila no se mueven, acaban de abrazarse con lágrimas en los ojos. Sus cuerpos tiemblan pero juntos, muy unidos. Por primera vez en mucho tiempo tienen esta clase de miedo y también por primera vez se ven reflejados así, apretados en uno, en el gran espejo que ahora vibra con más fuerza.

Aníbal siente que su pecho se libera, alza la cabeza y sorbe la última gota. La copa se desliza entre sus dedos, la deja caer, el fino cristal va rumbo a transformarse en cientos de partículas, cae hacia el suelo mientras en algún otro lugar del mundo la vibración crece, crece y se hace eterna en el abrazo de ambos frente a un espejo a punto de estallar. La ciudad centellea detrás del ventanal. Una copa parece detenerse en el aire, renuncia a su caída. Muy lejos de allí, un espejo distorsiona la imagen de dos que han comenzado a comprender. Hay un intenso ruido de cristales. Un ruido que parece ser el último, el que detendrá todo. Y así es: llega la quietud seguida de un silencio que conforta el espíritu. Más tarde la calma. Por fin la paz.

9 responses to this post.

  1. gracias Mario, es difícil vivir en pareja, vivir un matrimonio largo, pero cuando hay comunicación todo se logra y se camina en esa palabra llamada: amor.
    Besos de Julia

  2. Ya es diciembre, y sigo en espera de que algo suceda por aquí, talvez un cuento corto, una experiencia breve, una moraleja.
    Feliz fin de año y que 2010 esté lleno de palabras que cuenten…
    🙂

  3. Extraño que tus palabras me cuenten 😦
    Un beso, a donde quiera que estés.

  4. Ahora sí que empiezo a preocuparme… Dónde andarás?

  5. ¿Seguramente estás preparando tu obra cumbre verdad?
    No abandones a tus lectores, estamos ávidos de leer algo tuyo!

  6. ¡Ponga otros! Pero porque quiero seguir leyendo, no porque no me hayan gustado (o:

  7. Posted by Mario Ferrari on junio 24, 2009 at 9:55 pm

    Hola, Yuyuy: en la página principal marioferrari.wordpress.com hay otros relatos, un par de ellos, que creo que no leíste. Si no te gustaron, pongo otros. (o:

  8. ¡Queremos seguir leyendo! = )

  9. Y con los temblores que ha habido utimamente en la ciudad, la escena me la imaginé muy clara.
    Tienen tus historias algo de nostalgia, pareciera que la felicidad llega pero no llega. Voy conociendo tu forma de escribir 🙂
    Un beso.

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